Domingo 11 de Noviembre de 2012.
Hay momentos donde siento que tengo una
cantidad importante de energía estancada en algún lugar. Trabada.
Que naturalmente va a buscar salir por algún lado. En ese estado se
me presentan dos caminos posibles: o explota por el camino del mal
humor o la violencia usando cualquier excusa o motivo cotidiano,
tenga este que ver o no; o siento la necesidad de enfrentarme a algo
que me genere un nivel de exposición proporcional a la magnitud de
la energía trabada. Muchas veces me toma el primer camino y me doy
cuenta después de la explosión. Pero este domingo elegí por el
segundo.
Decidí caracterizarme de viejo vestido
con capa, galera y bastón para tomarme el subte e ir a caminar por
avenida corrientes y volver.
Cerca de las cuatro de la tarde empecé
a preparar los elementos en casa y ya empezaron a suceder cosas en el
estomago. No tenía muy claro lo que iba a hacer, solo que estaba
decidido a hacerlo y fundamentalmente, que era solo (1). Empezar a
reparar en los detalles le fue dando cuerpo y realidad a esto que
empezaba a hacer sus efectos. Esa energía trabada ya se estaba
agitando e impacientando, ¿hacia dónde iría? Galera en su caja del
1800, zapatos plateados, cinto de cuero, camisa de mujer de mangas
tipo princesa, bastón y corbatín de frac para el cuello. Caja con
maquillajes y en el espacio de arte me esperaban el chaleco y el
pantalón que completaban los elementos.
Entro al espacio y noté que el ritual
ya había empezado desde casa y sin presiones externas, dejé que
corra el pulso que se presentaba, sentí que el afuera, el adentro y
el tiempo modificaron la atmósfera, ninguna otra cosa merecía mi
atención.
Empiezo de a poco poniendo conciencia a
cada movimiento, pequeño o no, al sacarme la ropa que tenia puesta y
una más sutil atención al ponerme la ropa y cada accesorio del
personaje. Fue interesante sentir como esta energía trabada ya no
buscaba tozudamente explotar hacia cualquier lado sino que se iba
ablandando y re ubicando en cada acción, en cada nuevo accesorio que
me ponía en el cuerpo. Pero lo verdaderamente fuerte sucedió cuando
me paré frente al espejo y empezó el proceso de maquillaje. Hasta
ese momento era yo, la máscara que tenía puesta era la de mi
personalidad, el grillo que podía parecer simplemente disfrazado
pero todo me llamaba a ir más allá. “Escucha” es todo lo que se
me ocurrió hacer.
Me puse base y con el lápiz negro en
la mano esperé a que algo aparezca. Adentro se me agitó todo y cada
rasgo, arruga o tensión que aparecía en la cara producto de ese
agite lo marcaba como rasgo y así fue que, desde adentro hacia
afuera, la máscara del grillo iba dejando que apareciera esta, una
desconocida pero profundamente familiar. Sin juicio sobre la calidad
energética del personaje que aparecía estaba Feliz de estar
viviendo ese momento (2). Hasta que calzó.
El
que fuera solo no es un detalle menor. El juicio y la mirada de
decenas de personas desconocidas sobre mí, durante la experiencia,
intensifican el nivel de exposición. Solo la mirada de un
acompañante conocido sobre mí durante la experiencia me convoca
tantos otros contenidos que debilita en su totalidad el objetivo de
la experiencia.
Digo
calidad energética porque en este personaje se manifestaron varios
lugares bajos y densos de mi interior. Energías que en otro marco
trataría de no dejarlas salir o me pelearía para dejar de
tenerlas.
Fue muy claro el momento donde
estuvimos listos para salir a hacer esta pequeña locura a la calle.
Pero no nos sentíamos solos, el personaje me tenía a mí y yo lo
tenía a él. No necesitábamos a nadie más. Ahí empecé a
registrar lo sanador de la experiencia, lo reconciliadora que podía
llegar a ser. Pero todavía teníamos que salir a la calle. Paisaje
que podía hacerme tomar aquel primer camino que estaba al asecho
esperando un descuido. Cuando todo estuvo listo empecé a caminar en
el espacio para que el cuerpo se empape de esta mascara, de estas
nuevas tensiones, de esta forma de mirar el mundo y el cuerpo se fue
modificando.
Pero también empezó en este momento,
por la presión y la adrenalina de salir a la calle, una pelea
interna contra esta energía trabada. Fue acá donde TODA esa energía
pasó a ser protagonista y se trasladó a la parte más superficial
del cuerpo. Las pulsaciones subieron, empecé a transpirar, las
piernas y los brazos temblaban y todo me llevaba a paralizarme para
no hacerlo. Sentía como se resistía a ser re direccionada hacia una
acción ritual y no hacia algo destructivo. No fue nada fácil salir.
Caminé varias veces el pasillo y cuando llegaba a la puerta no podía
abrirla y me volvía. Notaba como la energía tomaba atajos y me
empezó a generar culpa sobre una supuesta obligación
autoimpuesta de hacer bien y completa la experiencia. Nada más
alejado a mi primer impulso. Entonces, respiré y cuando me dije en
voz alta que si la experiencia llegaba hasta ahí estaba bien y que
no tenía ninguna obligación de hacerla salvo que sea para
divertirme y transformar algo dentro mío, fue cuando abrí la puerta
y al instante estaba parado en la vereda.
Cerrar la puerta, los primeros pasos,
las primeras personas con las que me crucé y hasta las primeras
cuadras antes del subte fueron fundamentales. Los tembleques lejos de
ir aliviándose se intensificaron al punto que no podía distinguir
quién era el que miraba por mis ojos, él o yo. Aquello que se había
calzado estada endeble. Ante esto el primer mecanismo de defensa, ya
que el volver al espacio estaba descartado, fue armar como una
especie de campo alrededor mío que me proteja, que me desconecte
absolutamente de los peligros y los imprevistos del exterior, de la
gente y de lo que a ellos le generaba verme. (3) No! Seguí caminando
a pesar de todo. Busqué hacer tierra, atendí a mi respiración,
abrí un poco la mirada y con un registro de juego, picardía y amor
dije en vos alta: “Viejo, este es tu viaje”. Y este personaje,
este viejo denso y malhumorado que sin planteármelo necesitaba
reconciliar de mí, sin cambiar un solo rasgo de dureza en la cara se
dispuso a jugar conmigo. Y lo dejé, y me corrí y así fue como
hicimos la última cuadra antes de la boca del subte. Busqué dinero
en mi bolsillo y paradójicamente registré que, después de todos
los umbrales y puertas que ya habíamos pasado para llegar ahí, el
viaje todavía no había empezado. Ja.
Ya con el cuerpo calzado sin tener que
pensar en sostener nada fui a la boletería a sacar mi pasaje. El
boletero, los primeros ojos que me miraron a los ojos, hizo el
servicio de conectar aquel afuera con mí adentro y lejos de quedarme
con las rarezas y las incomodidades empecé a mirar y a percibir todo
lo que podía nutrir este viaje a esta experiencia.
Al
quedar tan expuestas mis estructuras en este tipo de experiencias y
al no poder generar parálisis, buscan adaptarse a la fuerza.
Boicot. Al hacerme impermeable al afuera la experiencia se
transforma en energéticamente centrípeta. De ahí se alimenta el
ego y son escasas las posibilidades de transformación.
Hermosos registros ver por primera vez
un molinete, un ascensor, un televisor y una escalera que sube sola.
Llega el tren, me subo y fue fuerte el primer impacto visual y
energético con tanta gente junta. Obviamente que como respuesta a
ese impacto buqué un asiento alejado de las puertas. En la punta del
vagón. Otra vez tratando de proteger las estructuras pero por lo
menos esta vez desde el personaje y permeable con el afuera. Sentado
me sentí seguro y empecé a notar, dentro de las mil cosas que
pasaban por segundo entre la gente que subía y bajaba del vagón,
que este movimiento me estaba demandando mucha energía y que todo lo
lejos que me valla es lo largo de la vuelta. Como me propuse sostener
el trabajo hasta volver al espacio, es que decidí no bajar del tren
y hacer ida y vuelta el recorrido del subte.
Cuando llegué al final del recorrido
de ida me levanté y me senté en el medio del vagón cosa que todo
aquel que suba en la vuelta me vea y así redoblar la apuesta. Ya me
sentía cansado pero a cada minuto más aliviado, las pulsaciones se
fueron normalizando y cada vez tenía más registro del cuerpo.
Estaba cada vez más Presente. Entonces me propuse jugar a las
estatuas y cambiar de posición en rio muy lento cada dos estaciones.
Así fue la vuelta, divertida y casi grotesca porque afuera el gesto
de este viejo era durísimo pero por dentro se comenzó a divertir
muchísimo con el paso de las estaciones. Hasta que unas estaciones
antes de llegar la dureza de su cara se vio partida (porque esa era
la sensación, de rajarse) por una leve media sonrisa. Por ahí
imperceptible por el afuera pero contundente para el adentro. (4)
Casi como con una despedida intima me
paré para esperar que la puerta se abra en la estación donde me
bajaba. La gente del alrededor muy atenta. Bajo y caminando noto que
mí caminar se había modificado, caminaba más erguido, como ancho y
con la sensación de tener el pecho más blando. Con la sonrisa
sostenida salgo por la escalera fija a la calle.
En la vuelta al espacio parece que algo
se relajó porque empezaron decenas de discursos a tratar de no
dejarme cumplir con mi objetivo hasta el final. Saturno. Empecé a
pensar posibles desvíos que sé que iban a dejar trunca la
experiencia. Cubiertos en un manto de “ya está” y de “y bueno”
empecé a tratar de acelerar el paso, a buscar esquivar la gente
metiéndome por calles internas, a acortar camino y la más fuerte
fue pensar en irme así caracterizado a casa para mostrarle a los
peques lo que había hecho papá. No! Seguí caminando a pesar de
todo. Era increíble ver como todo el tiempo uno busca no ser
impecable y banalizar momentos y pactos que corresponden a planos
sagrados. Para mí, esta experiencia correspondía a esos planos.
Hasta la puerta sostuve todo, tomé la
llave, entré y cuando cerré la puerta lo único que pude hacer es
suspirar profundamente entregando todo a la tierra y al espacio. Ya
en el pasillo, yo empecé a soltar lentamente a este viejo y la
manera de sacarme los accesorios, el vestuario y el maquillaje fue la
misma y en los mismos tiempos que al comienzo. No sentí apuro en
hacer las cosas. Fue MUY fuerte todo. No sabía qué podía pasar.
Solo sabía que confiaba profundamente en mí y en el trabajo, por
eso pude entregarme por completo.
Es
fuerte decir esto pero en ese momento, como en gran parte del viaje
de vuelta, sentía como el grillo podía vivir la experiencia como
testigo y no como actor. Sucedían cosas que no manejaba. La sonrisa
cuando apareció me llenó el alma.