miércoles, 3 de agosto de 2016

Crónica Subte

Domingo 11 de Noviembre de 2012.

Hay momentos donde siento que tengo una cantidad importante de energía estancada en algún lugar. Trabada. Que naturalmente va a buscar salir por algún lado. En ese estado se me presentan dos caminos posibles: o explota por el camino del mal humor o la violencia usando cualquier excusa o motivo cotidiano, tenga este que ver o no; o siento la necesidad de enfrentarme a algo que me genere un nivel de exposición proporcional a la magnitud de la energía trabada. Muchas veces me toma el primer camino y me doy cuenta después de la explosión. Pero este domingo elegí por el segundo.
Decidí caracterizarme de viejo vestido con capa, galera y bastón para tomarme el subte e ir a caminar por avenida corrientes y volver.
Cerca de las cuatro de la tarde empecé a preparar los elementos en casa y ya empezaron a suceder cosas en el estomago. No tenía muy claro lo que iba a hacer, solo que estaba decidido a hacerlo y fundamentalmente, que era solo (1). Empezar a reparar en los detalles le fue dando cuerpo y realidad a esto que empezaba a hacer sus efectos. Esa energía trabada ya se estaba agitando e impacientando, ¿hacia dónde iría? Galera en su caja del 1800, zapatos plateados, cinto de cuero, camisa de mujer de mangas tipo princesa, bastón y corbatín de frac para el cuello. Caja con maquillajes y en el espacio de arte me esperaban el chaleco y el pantalón que completaban los elementos.
Entro al espacio y noté que el ritual ya había empezado desde casa y sin presiones externas, dejé que corra el pulso que se presentaba, sentí que el afuera, el adentro y el tiempo modificaron la atmósfera, ninguna otra cosa merecía mi atención.
Empiezo de a poco poniendo conciencia a cada movimiento, pequeño o no, al sacarme la ropa que tenia puesta y una más sutil atención al ponerme la ropa y cada accesorio del personaje. Fue interesante sentir como esta energía trabada ya no buscaba tozudamente explotar hacia cualquier lado sino que se iba ablandando y re ubicando en cada acción, en cada nuevo accesorio que me ponía en el cuerpo. Pero lo verdaderamente fuerte sucedió cuando me paré frente al espejo y empezó el proceso de maquillaje. Hasta ese momento era yo, la máscara que tenía puesta era la de mi personalidad, el grillo que podía parecer simplemente disfrazado pero todo me llamaba a ir más allá. “Escucha” es todo lo que se me ocurrió hacer.
Me puse base y con el lápiz negro en la mano esperé a que algo aparezca. Adentro se me agitó todo y cada rasgo, arruga o tensión que aparecía en la cara producto de ese agite lo marcaba como rasgo y así fue que, desde adentro hacia afuera, la máscara del grillo iba dejando que apareciera esta, una desconocida pero profundamente familiar. Sin juicio sobre la calidad energética del personaje que aparecía estaba Feliz de estar viviendo ese momento (2). Hasta que calzó.
  1. El que fuera solo no es un detalle menor. El juicio y la mirada de decenas de personas desconocidas sobre mí, durante la experiencia, intensifican el nivel de exposición. Solo la mirada de un acompañante conocido sobre mí durante la experiencia me convoca tantos otros contenidos que debilita en su totalidad el objetivo de la experiencia.
  2. Digo calidad energética porque en este personaje se manifestaron varios lugares bajos y densos de mi interior. Energías que en otro marco trataría de no dejarlas salir o me pelearía para dejar de tenerlas.
Fue muy claro el momento donde estuvimos listos para salir a hacer esta pequeña locura a la calle. Pero no nos sentíamos solos, el personaje me tenía a mí y yo lo tenía a él. No necesitábamos a nadie más. Ahí empecé a registrar lo sanador de la experiencia, lo reconciliadora que podía llegar a ser. Pero todavía teníamos que salir a la calle. Paisaje que podía hacerme tomar aquel primer camino que estaba al asecho esperando un descuido. Cuando todo estuvo listo empecé a caminar en el espacio para que el cuerpo se empape de esta mascara, de estas nuevas tensiones, de esta forma de mirar el mundo y el cuerpo se fue modificando.
Pero también empezó en este momento, por la presión y la adrenalina de salir a la calle, una pelea interna contra esta energía trabada. Fue acá donde TODA esa energía pasó a ser protagonista y se trasladó a la parte más superficial del cuerpo. Las pulsaciones subieron, empecé a transpirar, las piernas y los brazos temblaban y todo me llevaba a paralizarme para no hacerlo. Sentía como se resistía a ser re direccionada hacia una acción ritual y no hacia algo destructivo. No fue nada fácil salir. Caminé varias veces el pasillo y cuando llegaba a la puerta no podía abrirla y me volvía. Notaba como la energía tomaba atajos y me empezó a generar culpa sobre una supuesta obligación autoimpuesta de hacer bien y completa la experiencia. Nada más alejado a mi primer impulso. Entonces, respiré y cuando me dije en voz alta que si la experiencia llegaba hasta ahí estaba bien y que no tenía ninguna obligación de hacerla salvo que sea para divertirme y transformar algo dentro mío, fue cuando abrí la puerta y al instante estaba parado en la vereda.
Cerrar la puerta, los primeros pasos, las primeras personas con las que me crucé y hasta las primeras cuadras antes del subte fueron fundamentales. Los tembleques lejos de ir aliviándose se intensificaron al punto que no podía distinguir quién era el que miraba por mis ojos, él o yo. Aquello que se había calzado estada endeble. Ante esto el primer mecanismo de defensa, ya que el volver al espacio estaba descartado, fue armar como una especie de campo alrededor mío que me proteja, que me desconecte absolutamente de los peligros y los imprevistos del exterior, de la gente y de lo que a ellos le generaba verme. (3) No! Seguí caminando a pesar de todo. Busqué hacer tierra, atendí a mi respiración, abrí un poco la mirada y con un registro de juego, picardía y amor dije en vos alta: “Viejo, este es tu viaje”. Y este personaje, este viejo denso y malhumorado que sin planteármelo necesitaba reconciliar de mí, sin cambiar un solo rasgo de dureza en la cara se dispuso a jugar conmigo. Y lo dejé, y me corrí y así fue como hicimos la última cuadra antes de la boca del subte. Busqué dinero en mi bolsillo y paradójicamente registré que, después de todos los umbrales y puertas que ya habíamos pasado para llegar ahí, el viaje todavía no había empezado. Ja.
Ya con el cuerpo calzado sin tener que pensar en sostener nada fui a la boletería a sacar mi pasaje. El boletero, los primeros ojos que me miraron a los ojos, hizo el servicio de conectar aquel afuera con mí adentro y lejos de quedarme con las rarezas y las incomodidades empecé a mirar y a percibir todo lo que podía nutrir este viaje a esta experiencia.
  1. Al quedar tan expuestas mis estructuras en este tipo de experiencias y al no poder generar parálisis, buscan adaptarse a la fuerza. Boicot. Al hacerme impermeable al afuera la experiencia se transforma en energéticamente centrípeta. De ahí se alimenta el ego y son escasas las posibilidades de transformación.
Hermosos registros ver por primera vez un molinete, un ascensor, un televisor y una escalera que sube sola. Llega el tren, me subo y fue fuerte el primer impacto visual y energético con tanta gente junta. Obviamente que como respuesta a ese impacto buqué un asiento alejado de las puertas. En la punta del vagón. Otra vez tratando de proteger las estructuras pero por lo menos esta vez desde el personaje y permeable con el afuera. Sentado me sentí seguro y empecé a notar, dentro de las mil cosas que pasaban por segundo entre la gente que subía y bajaba del vagón, que este movimiento me estaba demandando mucha energía y que todo lo lejos que me valla es lo largo de la vuelta. Como me propuse sostener el trabajo hasta volver al espacio, es que decidí no bajar del tren y hacer ida y vuelta el recorrido del subte.
Cuando llegué al final del recorrido de ida me levanté y me senté en el medio del vagón cosa que todo aquel que suba en la vuelta me vea y así redoblar la apuesta. Ya me sentía cansado pero a cada minuto más aliviado, las pulsaciones se fueron normalizando y cada vez tenía más registro del cuerpo. Estaba cada vez más Presente. Entonces me propuse jugar a las estatuas y cambiar de posición en rio muy lento cada dos estaciones. Así fue la vuelta, divertida y casi grotesca porque afuera el gesto de este viejo era durísimo pero por dentro se comenzó a divertir muchísimo con el paso de las estaciones. Hasta que unas estaciones antes de llegar la dureza de su cara se vio partida (porque esa era la sensación, de rajarse) por una leve media sonrisa. Por ahí imperceptible por el afuera pero contundente para el adentro. (4)
Casi como con una despedida intima me paré para esperar que la puerta se abra en la estación donde me bajaba. La gente del alrededor muy atenta. Bajo y caminando noto que mí caminar se había modificado, caminaba más erguido, como ancho y con la sensación de tener el pecho más blando. Con la sonrisa sostenida salgo por la escalera fija a la calle.
En la vuelta al espacio parece que algo se relajó porque empezaron decenas de discursos a tratar de no dejarme cumplir con mi objetivo hasta el final. Saturno. Empecé a pensar posibles desvíos que sé que iban a dejar trunca la experiencia. Cubiertos en un manto de “ya está” y de “y bueno” empecé a tratar de acelerar el paso, a buscar esquivar la gente metiéndome por calles internas, a acortar camino y la más fuerte fue pensar en irme así caracterizado a casa para mostrarle a los peques lo que había hecho papá. No! Seguí caminando a pesar de todo. Era increíble ver como todo el tiempo uno busca no ser impecable y banalizar momentos y pactos que corresponden a planos sagrados. Para mí, esta experiencia correspondía a esos planos.
Hasta la puerta sostuve todo, tomé la llave, entré y cuando cerré la puerta lo único que pude hacer es suspirar profundamente entregando todo a la tierra y al espacio. Ya en el pasillo, yo empecé a soltar lentamente a este viejo y la manera de sacarme los accesorios, el vestuario y el maquillaje fue la misma y en los mismos tiempos que al comienzo. No sentí apuro en hacer las cosas. Fue MUY fuerte todo. No sabía qué podía pasar. Solo sabía que confiaba profundamente en mí y en el trabajo, por eso pude entregarme por completo.
  1. Es fuerte decir esto pero en ese momento, como en gran parte del viaje de vuelta, sentía como el grillo podía vivir la experiencia como testigo y no como actor. Sucedían cosas que no manejaba. La sonrisa cuando apareció me llenó el alma.

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